sábado, 12 de julio de 2008

Me gusta ser un niño. Por eso me gustan las montañas y el fuego. No me gusta el calor ni lo plano ni lo que tiene muchas piedras ni lo que se complica y me gusta lo simple pero no existe así que me lo invento. No me gusta que me queme el sol sólo quiero que me caliente. Me gustan las casas viejas, más que las nuevas, pero que no tengan goteras y que sean azules. También me gusta la luz, mucho. Me gusta el Sur pero soy del Norte. El Norte me gusta pensarlo. Me gusta imaginarme que cuando sea grande tendré un traje muy elegante, de esos que te hacen más guapo, pero antes quiero ser un explorador en la selva y cruzar ríos llenos de cocodrilos y pirañas y encontrarme con tribus y luchar con los indios. Cuando era un Diablo Azul me divertía y jugaba con el mar y el mar jugaba conmigo, en una ocasión se llenó de espuma para impresionarme pero yo me reí y entonces cayó un rayo y dejé de reírme.




Hace un año hice el por última vez el equipaje en Barcelona con una mezcla de sensaciones. No sabía nada, solo que quería irme de nuevo. Lo había hecho muchas veces pero ese era el último. Lo hice con una sensación de adiós y de ilusión por lo nuevo, aún sabiendo que no hay nada nuevo.






El viaje fue muy largo, más que otros muchos que hice con el mismo trayecto.






Sólo había kilómetros largos y aburridos pero de alguna manera siempre me han acompañado. Y me dormí rodeado de miles de coches llenos de gente atravesando la M40 pero me desperté a tiempo de seguir por donde iba.





En Barcelona viví y sobreviví. Me enseñaron a contar historias de cine pero es pronto para contar nada utilizando lo que aprendí. Creo que algún día lo haré.
Salí de Cádiz sin mirar atrás. Empecé la vida andando por un camino que no estaba hecho todavía. Hice un documental, di clases y las recibí. Amotiné a mis compañeros de master y por lo menos dejamos de aburrirnos tanto en esas clases absurdas de tres horas a las tres de la tarde. Terminé la escuela y me eché a la calle con la sensación que da estar en un sitio donde no conoces a nadie pero que te pertenece de alguna manera.




Y como no, ahí estaban mis queridos barbudos.


Barbudos de Gracia, Sant Antoni, del Gótico, del Raval, del Exaimple. Fueron muchas horas, creo que miles de fotografiar y conocer gente que en unos pocos minutos te contaban una pequeña parte de su vida en un mundo desconfiado y celoso del anonimato.





Cada vez me gusta menos la inteligencia y la palabra y cada vez más la intuición, la experiencia y la acción pero esto una vez más es ir contracorriente, resulta agotador ir siempre en sentido contrario. En Barcelona no tuve más remedio que volver a usar el método de la razón para vivir en un mundo que no está dispuesto a dar ninguna concesión a lo no explícito, en el fondo se trataba de construir una personalidad, esa misma que llevo desde siempre derrumbando. Pura contradicción.





Vivía con Pilar y Sergio. Mi vida en Calaluña se pueda decir que pasó entre ellos, los compañeros de la escuela, la carretera, el avión, el circo, el móvil, los episodios familiares en la distancia y los amigos de mis amigos.


Grabar el docu fue lo mejor de la época de la escuela.














Pasé dos inviernos con un frío terrible y un cielo que era gris.


En Tarrasa, cuando salía de la escuela en invierno ya era de noche, no había casi nadie en la calle y los bares estaban cerrando. Mi cama de Martorelles era fría, tenía muchas mantas por encima y por debajo del colchón. Me gustaba levantarme y abrir la ventana de mi habitación y ver el cielo como era ese día. Muchos días eran nubes lo que había pero cuando aparecía el cielo azul era realmente maravilloso.


De pronto todo empieza a decirme que es el momento de salir de allí, así que vuelvo a Cádiz con la intención que nada sea como antes y realmente así ha sido, todo es distinto. Aunque haya pasado un año ya, en realidad acabo de llegar y es como si no hubiera deshecho las maletas todavía.


Lo cierto es que han pasado muchísimas cosas.


Este año he cantado en un karaoke, bebido de un vaso al revés, con los ojos por debajo de la boca, me he puesto un hielo en el sobaco, he sido personaje de una novela, salido en un montón de fotos, empezado un diario y un blog, ha nacido el Mantel-Art, me han caducado los condones, no tengo un duro y sigo haciendo lo que me da la gana y sobre todo he tenido la suerte de que hayan entrado en mi vida unos amigos que se han llevado un cacho de mi corazoncete.
Soy más libre que nunca. Si de algo sirve cumplir años es para esto y más si siempre lo has sido. Ah! también sirve para dar menos por culo al prójimo y la prójima como diría Bibiana.

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