martes, 4 de octubre de 2011

El viernes sentía en propias carnes lo que es la brutalidad de alguien que impone la fuerza bruta a cualquier tipo de razonamiento. A un sujeto con barba y galabiya blanca no le gustó que hiciera fotos en un mercado y haciendo alarde de una cerrazón propia de un zopenco me prohibió que siguiera haciendo fotos. Quería que le diera el pasaporte, la cámara en un principio y luego rectificó y sólo quería la tarjeta de memoria con las fotos. Me negué rotundamente a darle nada de nada, claro. A todo esto poco a poco se formó un cisco de padre y señor mío. por lo menos cincuenta personas a cual más borrica me rodearon y no me dejaban salir de aquél embrollo y el gilipollas de la barbita, en vista de que no le enseñaba el pasaporte, ya que yo le decía que si no era policía no lo sacaba, me agaarró por un brazo y me llevó por la fuerza animal a un callejón bastante chungo. La verdad es que el sitio no es de lo más agradable, ya que se trata de un cementerio ocupado por familias que viven en los panteones y parte del mercado está entre sus calles. Bueno la cosa es que tras forcejear, salí del callejón pero agarrado por semejante bestia. Entonces viendo que la situación no tenía salida y cada vez había más animales rodeándome, intenté llegar a un acuerdo: si venía un policía, a él sí le enseñaba el pasaporte. La solución de la mala bestia y sus cada vez más animales de compañía fue meterme en un taxi a la fuerza y llevarme  a la comisaría, cosa que era peor que peor, eso si que es meterse en la boca del lobo, vamos no les iba a servir en bandeja mi cuerpo serrano ni a ese  individuo ni mucho menos a la policía. Bueno, no pudieron subirme en el taxi porque en ese momento me transformé en un pulpo caletero y con manos, piernas y creo que con la nariz también me sujetaba de tal forma que no lo consiguieron. El taxista en vista de que ni pa lante ni pa trás en cuanto me zafé de la entrada del coche, se largó a por otro cliente menos problemático, me imagino. En fin, al final el primer zopenco de la galabiya blanca se fue él mismo a buscar a un poli y me dejó con el resto de animales para que no me escapara. Entonces fue cuando una manada de gordas empezó a empujarme y a tirarme de la correa de la bolsa del equipo, momento que aproveché para seguir la corriente de los empujones de las gordas para hacer como que me empujaban muchísimo y a cada empujón me alejaba un poco más del resto. Pensaban que me estaban humillando muchísimo y el corro de los machos se quedaba cada vez más atrás, ya solo me perseguían las mujeres, momento en el que aceleré el paso y dejé atrás esas masas informes de carne rebotante.
No fue agradable.

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