sábado, 21 de marzo de 2009

Me encanta mi trabajo, hago fotos y me pagan por ello. No tengo un horario fijo y no tienes que fichar a la entrada y la salida, no hay un horario fijo con lo que te organizas y te administras tu mismo el tiempo. Es maravillosa esa sensación de que cada día es diferente. No cabe la rutina, ganas tan poco dinero que siempre estás disponible, con lo que no te relajas y por lo tanto no engordas con lo que te ahorras ir al gimnasio y tener que oler la testosterona de los demás. Tienes muchísimo tiempo libre, puedes estar una semana sin trabajar. Cualquiera se podría sentir mal por estar sin hacer nada pero esta sensación en este trabajo no cabe ya que no estar trabajando no significa que estés haciendo lo que te gusta y aprovechando tu tiempo, ya que en primer lugar no tienes dinero para hacerlo y segundo lugar, en cualquier momento puede saltar la noticia, el ojo de la actualidad te reclama y en medio segundo tienes que estar listo y cargado como una mula con una mochila rebosante de un material fotográfico carísimo, comprado por tí, claro, que pesa un huevo. Sin saber cómo, te ves montado en tu moto carísima con un seguro obligatorio a terceros carísimo a toda pastilla gastando gasolina carísima. Llegas al lugar donde se concentra el interés informativo y sientes la responsabilidad de ser el medio por el que le va a llegar al mundo lo que está ocurriendo. Lo quieres hacer bien. Una imagen tiene que condensar esa relidad. Un futbolista ha llegado a la ciudad, un político va a inaugurar un pantano, están enterrando a alguien o extrabajadores de alguna exempresa se quejan. Estimas que para obtener la mejor imagen debes retorcerte, tirarte al suelo y pelearte con el guardia de seguridad que "está haciendo su trabajo". Has conseguido el objetivo: tienes una buena imagen, un agobio del carajo y mucha prisa porque has tardado cuatro horas en hacerlo todo, no has comido todavía y te mueres de la resaca del día anterior ya que te acostaste a las siete de la mañana completamente borracho pensando que hoy sería como los ocho días anteriores y tampoco tendrías que hacer nada. Llegas al ordenador, eliges la foto, se te cuelga el puto windows, lo consigues, al día siguiente le pides al quioskero que por favor te deje ver el periódico, sin comprarlo y ahorrar dinero, para ver como ha quedado el trabajo, menos mal que ya me conoce y no me dice nada el hombre.
Un suspiro de alivio me sale de las entrañas: no se ha publicado la foto. No te van tener que pagar por hacer lo que te gusta.

3 comentarios:

Pau dijo...

Qué descripción más magistral y cojonudo del oficio de fotógrafo! Y además has vuelto a postear, sé que ese trabajo te deja con poco tiempo para el blog, tienes que estar siempre preparando las cosas carísimas y metiéndolas en una bolsa por si acaso, pero... has encontrado tiempo y me alegro mucho. Hacia tiempo que te tenía que mandar un mail para decirte cómo nos había ido la Taberna... pues ya has visto que bien, un poco estresante pero muy bonito, y le encantó al público que también es importante. Encontramos un sustituto muy digno para hacer de careca bailador... total, que muy bien. Sí, te veo con un bigote como el de Rui, se lleva mucho ahora (o era en los años 70). Nos vemos... ¿puedo seguir contando contigo para ser mi corrector?

Eduardo Ruiz. dijo...

Si, claro, me encantaría seguir leyendo más cosas tuyas.
Me pensaré más lo del bigote. Puedo hacer una prueba delante del espejo con un trozo de peluca... ya te cuento.
que te lo pases muy bien en Portugal. Besos.

Pedro Espinosa dijo...

Eduardo, te contrataré para hacer mis memorias. Tu capacidad descriptiva es magistral. Te admiro cada vez más. Ole el arte eduardiana.