
No me pude resistir. Ahí estaban. ¡Iban al Rocío! Esta vez me las encontré sin querer, con sus trajes mondos y lirondos, llenando de color y alegría el paso de cebras de la Cuesta de las Calesas. Eso sí, en cuanto se puso en verde el semáforo apreté el acelerador y salí por patas.