Esto es antiguo como uno de esos libros que cuando los coges molestas a esos diminutos animales prehistóricos que viven en ellos. No es antiguo porque haya pasado más o menos tiempo, sino porque es ancestral.
En realidad aquí no hay tiempo, hoy vuelvo a ver este viaje que me ha traído a donde estoy.
Tengo flequillo y ya sé que no me gusta ponerme el pantalón vaquero de mentira, también sé que tampoco me gustan los pantalones cortos para ir al colegio y que Don Pedro es un miserable, aunque se me queda grande esa palabra y no puedo decirla. El otro día me dio una hostia en los ejercicios espirituales sin necesidad de hacer la cola de la comunión, él solito se me acercó y me la arreó en toda la cara. Ese día, para meter más miedo, iba vestido de cucaracha con botones y decía no sé qué del cielo y del infierno, pero a mí eso no me daba miedo y me aburría como una ostra. Debía de tener el aburrimiento a flor de piel para que me lo viera y me obsequiara con esa hostia personalizada. Bueno, que me desvío de mi camino a Chiclana a su paso por San Fernando.
Es domingo por la mañana y como cada domingo, voy a Chiclana.
El cerrojo hace ruido, está oxidado. Cuando saque la bici del cobertizo le voy a poner un poco de aceite de la lata del abuelo.
Como no hace calor lo primero que voy a hacer es coger la bici.
Todo está en el mismo lugar, nunca ha cambiado nada desde el principio. Son las mismas cosas de siempre, yo creo que Chiclana es la civilización más antigua de la humanidad. Ya estaba todo ahí, incluso cuando me pongo la camisa de cuadros y el jersey blanco de pico.
Pero en realidad es diferente porque lo veo todo más pequeño, y está estropeado y desconchado.
- ¿Me puedo quedar?
- No
- ¿Me puedo ir?
- No.
- ¿Por qué?
- Porque lo digo yo.
- Pero, ¿por qué?
- ¿Me estás tomando el pelo?
- No.
Chiclana es un muro. La tapia es horrorosa, ¿porque la habéis puesto? antes estaba mejor. Es muy fea.
Ya no pregunto nada, pero sigo sin saber por qué han puesto la tapia. Es muy fea, no me gusta nada.
Bueno, ellos sabrán.
Este es el primer muro de mi vida, el que me acompañará y me habituaré tanto a él que dejaré de verlo durante mucho tiempo, subiré por él, le daré patadas, se me olvidará, me estrellaré contra él, soñaré con derribarlo, me despertaré creyendo que ya no está y, por fin, abriré la cancela sin sonido y lo dejaré atrás.
Cuando me voy ya no hay nadie, hay miles de kilómetros por recorrer solo, no pidas ayuda, ni compañía, ni amor porque eran sombras proyectadas en el muro, sueños o quizás delirios.
Voy a ponerle aceite al cerrojo de la verja para que no haga ñeck y me voy a dar una vuelta por los carriles hasta la Venta Marta.
Hace mucho calor
El cobertizo es el mejor sitio del mundo. Aquí no se pelean ni gritan, sólo se pelean en el salón, en la cocina, en el cemento, en el césped, en el cuarto, en la piscina y en el coche, pero aquí no. Me gustan los inventos del abuelo y sus herramientas de palo y no me dice lo que tengo que hacer, sólo me enseña como se engrasa la bici y a conducir su coche cuando no hay nadie. Yo creo que al abuelo también le gusta el cobertizo porque no hay nadie.
A mí también me gusta porque cuando se cierra la puerta entra la luz como una rayita y se queda todo oscuro, pero dentro de un ratito ya se vuelve a ver porque te acostumbras a la oscuridad.
Me gusta más el cobertizo que la casa.
Aunque hace mucho tiempo me gustaba.
Me gusta el ruidito que hace la máquina cuando aprietas el botón.